III Viajando hacia el Norte
Desde que entramos en este bosque no he podido sentir
otra cosa que no sea desasosiego, tengo la extraña impresión de estar
constantemente vigilado, y creo que no soy el único.
De todas maneras no duermo
bien. Todavía no me he acostumbrado a dormir en el suelo, tener que caminar
todo el día, estudiar poco... Empiezo a pensar que este viaje no ha sido tan
buena idea, ¡debo oler como un miserable!.
Nos hemos topado con unos soldados (que más bien parecen
salteadores de caminos) que protegen el bosque, pues éste es todavía territorio
de Gondor. Nos recomiendan pasar la noche en un poblado cercano, cosa que me
parece muy oportuna después de tantos días a la intemperie.
Todo se ha convertido en un infierno, hay muertos por
todas partes, y el olor a carne quemada es nauseabundo.
Esta noche los
orcos han atacado el campamento. Eran muchos y hemos tenido que improvisar una
defensa desesperada. Danhir una de
nuestras acompañantes, me proporcionó un escudo de caballería para protegerme,
pero pesaba mucho y he acabado debajo de él. He tenido que usar mi Poder para
librarme de un grupo de orcos que se han abalanzado sobre mí, pero, en tan mal
momento que se ha vuelto contra mí y ahora lo estoy pagando. Me duelen las
manos. Están quemadas. Todos los que me acompañan están heridos, y uno muerto. Darean.
No he llegado a conocerlo mucho, pero mis hermanos y
compañeros parecían tenerle en gran estima, sobre todo Danhir. Ni siquiera Trya,
ha podido hacer nada por él. Darean
era un Montaraz del Norte, al servicio
de Elrond de Rivendel e ignoro cuál era realmente su misión dentro del grupo.
Creo que tenía algo que ver con la magnífica espada que lleva Muscaria, otra de nuestras acompañantes.
También he de decir que era un hombre bastante reservado y que apenas trataba
con nadie excepto claro, con Danhir.
Además su aspecto era poco tranquilizador, lo cual no facilitaba nada un
posible acercamiento. Ahora sí que no podrá ser, ya que lo enterramos en el
bosque, cerca de sus compañeros de profesión en Ithilien.
Dejamos atrás las regiones boscosas para internarnos en
las marismas del Enaguas. He podido ver a lo lejos, hacia el este, montañas.
Montañas que pertenecen a la tierra de Mordor.
Creo que vamos hacia la Ciénaga de los
Muertos y ya desde un principio me parece poco alentador. Todavía no estoy
recuperado del todo de la escaramuza en Ithilien,
además me siento bastante desanimado.
Bernhard
entiende algo sobre infusiones, ungüentos y pócimas, así que compartimos
información. Esto me mantiene despierto. Es hermanastro de Trya, nuestra clérigo, y por lo que dice su madre era medio bruja o
algo así, pero su padre un vulgar pillo llamado Hilk Draconegro. Me pregunto si será el mismo Hilk del que hablaba mi madre.
Un sueño de desesperación y muerte nos perturba una de
las noches que pasamos en las proximidades de la Ciénaga de los Muertos. Caemos todos en un extraño hechizo y
nuestra alma estuvo en peligro. Una Sombra
surgida del pantano nos atacó y robó algo que portaba Trya. Según supe más tarde se trataba de una piedra Ogham, que al parecer tenía la propiedad
de atraer a los que ya no están vivos. Mi hermano Shelem fue el único que escapó del influjo de la desesperación y
pudo enfrentarse con aquel ser, pero lamentablemente perdió.
Cuando despertamos, un grupo de salteadores liderados por
un tal Cambre nos había rescatado de
una muerte segura. Este se decía señor del Cahun
de Tol-Malbor donde nos encontrábamos
ahora. Ignoro como lo hicieron pero cuando amaneció, estábamos desayunando en
una cochambrosa sala de la fortaleza y el hechicero de Cambre nos ponía al corriente de qué era lo que nos había atacado
en el pantano. Según este, fue un poderoso Espectro,
pero no quiso darnos mas explicaciones.
El destino es a veces extraño. En la fortaleza de Tol-Malbor encontramos a nuestra tía Gaerwen. Estaba según sus palabras, de
visita. No lo entiendo muy bien cuáles eran sus intenciones en verdad, pero la
cosa se estaba poniendo un poco difícil con Cambre
y sus secuaces y Gaerwen intercedió
por nosotros. He de mencionar que Shelem
no estaba en su mejor momento. Su pequeña lucha con aquella criatura de los
pantanos le dejo trastornado y hasta muchos días después no se recuperó
totalmente.
¡Esto es inaudito!. Cómo se suele decir ¡de la hoguera a fragua
la!. No acabábamos de salir del episodio de la Cienaga de los Muertos cuando nos vimos en otra situación que pudo
costarnos la vida. Visitábamos la región de Dor
Rhunen en la que se asentaban pequeños poblados habitados por los
descendientes de antiguos colonos de Gondor.
Un atardecer unos jinetes de aspecto salvaje nos “invitaron” a cenar con ellos. Pensé que hasta ese momento había
tenido bastante suerte después de lo de Ithilien
y la Cienaga, pero ahora me preparé
para lo peor. Fue una noche muy extraña parecía que dos facciones de un poblado
estable estaban a punto de entrar en batalla y nosotros estábamos en medio,
pero no fue así. El alba nos devolvió dos cosas, nuestras vidas y un compañero.
El hijo del líder tribal de nombre impronunciable, un tipo bastante raro y
siniestro, que se unió a nuestra comitiva. Ninguno de nosotros tenía muy claro por
qué se nos impuso este compañero, puesto que apenas hablaba nuestro idioma ni
ningún otro que conociésemos (ni siquiera tío Vardyl, que conocía unos cuantos).
Unas semanas más tarde supinos que su nombre era Jyganoth y que pertenecía a los Asdriaj, una nación muy reducida y
aliados de los Orientales. ¡Quién lo
iba a decir! Lo más probable es que su padre y el mío se enfrentasen en la
batalla de los Campos de Celebrant,
pero al comunicarle esto, ha sonreído de pura satisfacción. Poco a poco vamos
comprendiendo que el salvaje viene con nosotros para aprender y asimilar las
técnicas de lucha de los pueblos civilizados. Es absurdo. Es un maldito espía. Pero
a mis compañeros no parece importarles demasiado, excepto a Elostir que no asume demasiado bien al Hombre del Este.
Un poco más al norte volvemos a encontrar pueblos y
aldeas, pero sus habitantes ya difieren bastante de los que conozco. Ya ni
siquiera descienden de colonos, son Gramuz.
Mis compañeros están preocupados. Piensan que nos están
vigilando, ¿pero por quien?, parece que estaban advertidos de que podrían
seguirnos.
14-01-2002
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